Una villa histórica por el paso de Colón con playas y tejido comercial
Esta excursión, llena de curvas, pero también de rincones de gran belleza, parte del enclave en el que Colón hizo su última escala antes de llegar a lo que llamaron América, repitiendo luego otras dos veces. San Sebastián de la Gomera ejerce de capital administrativa y también de principal zona comercial de la isla. Su amplia oferta gastronómica y de bares resulta perfecta para desayunar antes de una ruta por un territorio de difícil orografía que siempre ha sorprendido y lo seguirá haciendo por sus contrastes geológicos, su laurisilva y sus escondidos pueblos con gran riqueza patrimonial.
La también llamada Villa le tributa homenaje a Colón con una casa convertida en museo. Además, destaca la célebre torre del Conde, visible desde infinidad de puntos, lo que la hace más que apetecible para la cámara. Un verdadero símbolo insular desde su creación por los conquistadores (entre 1447 y 1450). Muy cerca de este elemento clave de la historia local se despliega un amplio número de bares y restaurantes. Al lado, el principal puerto comercial de la isla y dos playas de arena dejan continuamente claro que el Atlántico está muy presente. Para los más atrevidos, un baño mañanero es incluso ideal con el sol naciente y los destinos que esperan luego.
Unos picos volcánicos que custodian el parque de Garajonay
En muy pocos metros, y tomando la carretera general del sur, a la izquierda, la vía comienza a inclinarse. En escasos minutos, las vistas de San Sebastián impresionan y no requieren muchos esfuerzos de cuello para ser contempladas dada la sucesión de curvas, que será la constante en gran parte del trayecto. Una ruta que, eso sí, viene salpicada por continuos valles con palmeras, tuneras, barrancos y caseríos como el de Casas Blancas.
Muy cerca, ya se divisan unos roques convertidos también en símbolos de la isla y que parecen custodiar el emblemático parque nacional de Garajonay, joya de laurisilva del Terciario. Aunque destaca el de Agando, el mayor con 1.251 metros sobre el mar y mítico desde los aborígenes, roques como el de Ojila, La Zarcita y Carmona bien merecen volver a sacar la cámara.
El conocido mirador de Los Roques ofrece panorámicas cautivadoras del norte de la isla. Resulta normal que este conjunto geológico, fruto de las chimeneas y del magma volcánico, se declarasen monumento natural. Parar no solo permite disfrutar del aire limpio y las vistas, sino que casi reconcilia con la existencia.
Monte de laurisilva repleto de leyendas y digno del viaje a la isla
Disfrutar de Los Roques supone hacerlo ya dentro del parque nacional de Garajonay, cuyo. Sin embargo, las sensaciones cambian y el embrujo aumenta al adentrarse por uno de los reductos más grandes, mejor conservados y espeluznantes de la laurisilva, con un total de 4.000 hectáreas (un 11% de la superficie de la isla). Un bosque de la etapa Terciaria que desapareció en el Cuaternario en Europa y que es capaz de inspirar, incluso, al peor escritor de cuentos de duendes, elfos o hadas. Por algo se declaro en 1986 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La bruma habitual, los riachuelos de montes como El Cedro, la tupida vegetación y la impresión de que el tiempo se ha detenido no tienen precio. No solo resulta una parada obligada, sino que justifica de sobra el billete a la isla.
Este bosque se conserva por su capacidad para captar y retener agua. Con unas 2.000 especies vegetales diferentes, es el pulmón verde y la principal fuente de una isla que, sobre todo en el sur, queda marcada por el secano y el sol. Además, cuenta con una amplísima fauna. Para acceder con el coche, solo hay que tomar el enlace a la derecha que se aprecia justo detrás de los roques. Desde aquí, la ruta regala un lugar mágico que se adentra casi hasta el corazón del parque en el llamado Monte del Cedro, para lo que hay que tomar la vía de la izquierda en un cruce señalizado. Se llega así a la célebre ermita de Lourdes, donde se puede aparcar. Un lugar mítico por las romerías y el arrullo del agua del casi infinito cauce.
El parque, además, dispone de una amplia red de equipamientos y servicios, como un centro de visitantes, uno de información, una amplia red de miradores, áreas recreativas e infinidad de senderos perfectamente señalizados.
Si se sigue el descenso desde la ermita, aparece el caserío de El Cedro, donde se puede comer y disfrutar de los célebres licores locales, como el gomerón o el montañero. Este espacio abierto se calienta muchas veces bajo el sol, en contraste con el tupido monte anexo. Para seguir la excursión, hay que volver a subir hasta el citado cruce y tomar la vía a la izquierda, que baja ya a uno de los barrancos y valles más bellos de la isla: el de Hermigua.
Barranco de gran belleza y océano final ideal para comer y bañarse
El descenso hasta Hermigua vuelve a estar marcado por la sucesión de curvas, aunque el cuerpo, la vista y el espíritu lo lleva bien tras disfrutar del espectáculo natural anterior. El verde sigue acompañando al vehículo hasta que, a la altura del embalse de Mulagua, situado a la derecha de la vía, se abre el panorama. El barranco de Monteforte deja incontables muestras del esfuerzo del gomero para dominar la tierra y sacarle fruto mediante la agricultura de terrazas, para lo que se emplea infinidad de piedras del lugar. Se llega así a la parte poblada del valle, conocida como Las Poyatas, ideal para avituallarse si el hambre o la sed aprietan.
La carretera general sigue bajando hasta el casco de Hermigua, claramente definido por mostrar primero el campo de fútbol local y otras canchas deportivas. La coqueta plaza bien merece una parada en un enclave con muchas casas en los lomos laterales del barranco y con edificaciones antiguas también dignas de fotos, realizadas con piedra y tejas rojas. Destaca, además, el convento de Santo Domingo de Guzmán (1598), la iglesia de la Encarnación y el museo etnográfico.
La bajada continúa entre palmeras y plataneras hasta el encuentro del cauce del barranco con el Atlántico, área mucho más llana, con plataneras multiplicadas y la opción de bañarse en el océano. Sobre todo si se tiene muchas ganas, hay tiempo y se opta por las piscinas naturales situadas a la derecha, marcadas por la presencia de las torres del antiguo embarcadero.
Uno de los cascos históricos mejor conservados de la isla
Si apremia el tiempo o no apetece el baño, la ruta lleva, al final del descenso del barranco y sin salirse de la carretera general, al encantador pueblo de Agulo. Tras rodear la cordillera que formaba el cauce a la izquierda, y siempre en compañía de plataneras y otros terrenos cultivados, así como el rugiente Atlántico, se alcanza en muy poco tiempo (unos 10 minutos) una de las localidades que más sorprende al turista por condensar muchos encantos en muy poco espacio; encima, con el océano al lado y un campo de fútbol que parece el corazón del pueblo por su céntrica ubicación.
Antes de llegar a sus concentradas calles, la ruta permite observar, a la derecha, la zona de Lepe. Ya en el pueblo, conviene conocer la iglesia y ermita de San Marcos. Como gran parte del resto de municipios, Agulo fue siempre un lugar de contrastes entre las clases trabajadoras y las pocas familias señoriales, lo que se refleja en parte en la arquitectura heredada, con humildes casas de piedra y teja y otras mucho más grandes y complejas, con tejados a dos o cuatro aguas. Esto se refleja también en sus callejones empedrados y en diversos rincones de un lugar de obligada parada por haber cuidado tan bien su patrimonio.
Un enclave que justifica su nombre y perfecto para acabar la ruta
La carretera lleva luego, tras atravesar la cordillera del Noroeste mediante un túnel, a una cuenca poco habitada en la que sobresale, a medio camino, el embalse de Amalahuigue. Aunque aparecen numerosos enlaces y bifurcaciones, se debe seguir la vía principal en una nueva sucesión de curvas hasta llegar a pequeñas poblaciones como Tamargada, zona marcada por la agricultura minifundista en bancales ganados a los precipicios. Las curvas siguen hasta que se divisa Vallehermoso, cuyo nombre está más que justificado y sigue describiendo a la perfección un rincón perfecto para comer, conocer su rico patrimonio y acabar la excursión.
Su rico casco histórico obsequia la iglesia de San Juan (creada desde 1680) y su pequeña plaza, callejones estrechos con numerosas casas que se crearon junto a los antiguos caminos de piedra, el barrio de Triana y la calle Real, entre otros puntos de interés. Sus restaurantes, los numerosos barrancos que confluyen en la zona céntrica y la posibilidad de seguir el cauce principal hasta el Valle de Abajo y bañarse en la playa representa una oferta demasiado atractiva como para que el final de la ruta no convenza.
- Efterlad aldrig affald eller cigaretskod i de naturlige omgivelser. Rester af mad giver grobund for gnavere og vilde katte, som kan være til fare for dyrelivet.
- Anvend skraldespandene, og anbring så vidt muligt det allerede sorterede affald i den anviste container.
- Smid ikke objekter eller affald i havet.
- Respektér dyrene, forstyr dem ikke, og fodr dem ikke. Hvis du ser et såret dyr, kan du anmelde det på nødnummeret 112. Pluk ikke blomster og planter.
- Saml ikke sten eller andre naturgenstande, og tag dem ikke med hjem. Du bør heller ikke ændre på naturens orden ved at lave de berømte ”tårne” af sten.
- Under besøg på naturområder og udsigtspunkter bør man ikke bevæge sig uden for de tilladte områder.
- Respektér og beskyt stedets historiske og kulturelle arv, samt offentligt inventar og andre elementer som informationspaneler, teleskoper og kikkerter.
- Kør ordentligt og ansvarligt.